Biden Afganistán talibán

14 de abril de 2021, el presidente Biden conversa con su homólogo afgano, Ashraf Ghani, para asegurarle el apoyo humanitario, en el desarrollo y en la seguridad de Afganistán, así como en la consecución de un acuerdo político que garantice la paz en el país. Cuatro meses después, Afganistán era de nuevo talibán, sin que las sociedades occidentales, tras abandonar precipitadamente el país, parezcan saber qué hacer ahora. © The White House 

Los más optimistas llegan a creer en la posible «madurez» anunciada por los que nunca dejarán de lado la sharía más rigurosa puesto que es su fundamento irrevocable; son aquellos que ven posible que la presión internacional, incluso la recogida de firmas por cualquier motivo les hará reflexionar… En extremo opuesto, los más pesimistas, muy realistas, algunos con experiencia sobre el terreno, que no creen en la palabra de los talibanes, puesto que saben de sus mentiras de antes y creen que hoy día siguen mintiendo, y que solo cambiarán aparentemente por interés.

Debates planteados ahora por la retirada (o ¿huida?) de las fuerzas estadounidenses, arrastrando en su quehacer a las tropas de sus aliados. Unos debates que no se producirían sin tal cuestión y más aún, sin el caos de Kabul. Sin todo lo sucedido recientemente, se seguiría permaneciendo en el limbo del desconocimiento en el que se encontraba Afganistán; limbo en el convencimiento de que todos los objetivos marcados, salvo por algún hecho puntual contradictorio (generalmente violento) o por la denuncia, no escuchada de algún medio, avanzaban en su cumplimiento oficial. El «avestrucismo» occidental aparece hoy bien patente.

Y ahora constatamos que no era así, y que todos los que siguieron la línea militarista pura y dura de los EEUU en la lucha contraterrorista yihadista, se sorprenden (salvo algunos que ya lo anunciaron, sin ser escuchados) al constatar que aquella forma de actuar no era la correcta.

Debates actuales sobre los que ejerce constante presión, por el momento, determinadas circunstancias concretas (origen a su vez de debates específicos como interrogantes abiertos), mezclando algunas conocidas de viejo con otras sobrevenidas:

  • La situación de las mujeres y las niñas.
  • Las migraciones que ya han comenzado.
  • Cómo extraer a los colaboradores que allí quedaron.
  • El camino iniciado hacia una crisis humanitaria.
  • Cómo obtener información fiable desde dentro.
  • Negociar o no negociar con el futuro Gobierno talibán.
  • Reconocer o no a tal Gobierno.
  • Presencia o no del yihadismo violento en su territorio (Al Qaeda y el Estado Islámico).
  • Actitudes geopolíticas ante la situación (países de su entorno y potencias interesadas).
  • Y más que seguramente iremos conociendo…

Debates, nacionales e internacionales, en los que, al margen de quienes aprecian que todo se hizo bien y que incluso la retirada, dentro de lo que cabe, fue perfecta, un éxito, parece que unos quieren imponerse sobre los otros, sobre todo en el contexto político, cuando aquí no se trata ya de ganar o de perder sino de aprender.

Y ¿ahora qué?

¿Se puede corregir lo no actuado, o lo actuado con errores, durante veinte años? Nadie lo sabe, y menos se sabrá mientras sigan los debates sobre la obviedad de la situación (que es bien conocida), sobre un futuro que, también de momento, solo se intuye, y se sigan, al tiempo, dando soluciones, meros intentos, sobre la base de lo que nosotros querríamos, sin saber de verdad como actuar con inmediatez desde la realidad.

Y así ocurrirá probablemente, como suele ocurrir con todos los problemas que nos afectan desde su lejanía: señalamiento de la crisis, búsqueda de responsables, indicación de posibles soluciones, continuidad en el tiempo inmediato con el morbo de algunas situaciones individuales, y, pasando el tiempo, el olvido…

Pocos se dedican a repensar con claridad, sin influencias ajenas, que es lo que ha pasado en realidad, o mejor, que es lo que se ha hecho mal, dónde está el error o los errores cometidos buscando soluciones para aprender, desde la experiencia habida, a no cometerlos más. Pero ¿sobre qué repensar en concreto?

Ya hay voces, que vienen de lejos, que manifiestan que, en el tipo de acciones contra el terrorismo yihadista o violencia afín, no sirve de mucho a largo plazo actuar solo en el frente militar, faltando o desarrollando en poco el frente estructural y nada en el frente ideológico. Frentes que siempre deberían estar presentes complementándose en acción coordinada, en unidad de acción, por parte de todos los actores intervinientes, sin la presencia de «dioses falsos» que, con sus intereses, nos comprometan en un caminar equivocado.

Y ahí se inicia entonces otro debate que está muy en contra de la idea recientemente expuesta de los EEUU de que su presencia en Afganistán no fue para construir un país sino para derrotar al terrorismo; un terrorismo que no se ha sujetado después de tantos años y que sigue en crecimiento en otros países en los que se ha aplicado y se sigue aplicando aún la solución militarista por encima de toda otra.

Y para que este debate sea adecuado debemos considerar pues que se ha decir de cada frente, no sólo teórica o didácticamente hablando, sino teniendo presente lo vivido.

El frente militar

El frente militar o frente operativo, como se sabe, acoge la lucha contra las acciones terroristas y sus efectos, y esta a cargo, prioritariamente, de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado junto a los Servicios de Información/Inteligencia. Frente en el que, además, hay que contar con la acción de las fuerzas del país afectado, que, habida cuenta su precariedad y la falta de formación en el combate a las milicias terroristas, han de recibir el apoyo de fuerzas foráneas (que se han de adaptar al territorio) en cuanto a información/inteligencia, formación/instrucción, armas y medios de combate, así como con la participación en operaciones conjuntas. Frente pues en el que se determinan las acciones ejecutivas contra los terroristas (acciones de aplicación a corto, medio y largo plazo) teniendo en cuenta que han de estar en constante evolución al compás de los cambios de estructura, formas de acción, técnicas y procedimientos del grupo violento o terrorista de que se trate.

Asimismo, hay que tener en cuenta que se puede equipar y adiestrar a un ejército o fuerza policial para luchar contra el terrorismo, pero si no se logra un compromiso de lucha acompañado de una fuerte determinación o moral de combate frente al enemigo al que se le sigue teniendo miedo (en algún caso procedente de amenazas a sus familias), no se habrá logrado nada, y más teniendo en cuenta que en el futuro, más o menos próximo, cuando tales fuerzas tuvieran que combatir solas (y sin apoyo aéreo), se haya permitido la corrupción en su seno, especialmente en el de sus mandos, y si el Gobierno de turno miente sobre la entidad real de sus fuerzas.

El frente estructural

En cuanto al frente estructural se ha de tener en cuenta que tiene como objetivo propiciar que los países aquejados por la violencia señalada resuelvan sus problemas políticos, económicos y sociales, y religiosos en su caso, sin olvidar el sistema judicial, educativo, de prensa y comunicaciones…, avanzando hacia una solidez democrática (a su estilo, sin que haya que copiar modelos ajenos) que les propicie la suficiente estabilidad, propia y regional; estabilidad suficiente como para que no se desarrollen vulnerabilidades que pudieran ser aprovechadas por los grupos violentos y el yihadismo, tal y como están haciendo en el presente. Estabilidad a alcanzar con objetivos claros, constantes y determinantes y sin dejar su desarrollo en las manos, únicas y directoras, de los militares. Así pues, para resolver este frente habrá que mejorar infraestructuras, promover sistemas de gestión, modernos y eficientes, de los recursos y de los conflictos cronificados (étnicos, tribales…) existentes, descartando todas las inercias tradicionales y aquellas basadas en la visión del occidental como superior en todo a aquella de los apoyados; contexto en el que se llegan a despreciar los conocimientos, ideas y proyectos de los «invadidos». Se trata ya de «enseñarles (de verdad) a pescar en lugar de darles peces».

En definitiva, la actuación en dicho frente estructural ha de cambiar sensiblemente planteándose fuera de toda posible inercia colonialista, de toda sensación de superioridad y pensando más desde dentro del país a ayudar que desde fuera; planteamiento que ha de buscar, desde una colaboración en igualdad entre socios locales y foráneos, y sin impedimentos a los proyectos para «su» propio desarrollo. Razón por la que, a la hora de analizar los problemas, hay que pensar/razonar como aquellos que los sufren evitando todo síntoma de imposición (así no se debería decir que las fuerzas foráneas están allí para llevarlos a la democracia, a ´su` democracia, cristiana/occidental por supuesto, olvidando la importancia del islam en sus políticas). Así pues, con los cambios estructurales adecuados a cada entorno, cambios, a través de la aplicación de unas políticas justas e igualitarias, de la educación, la dotación de medios de vida, la seguridad alimentaria y sanitaria, etc., posiblemente se abrirá el camino, a la realidad del ser y sentirse ciudadanos integrados.

El frente ideológico

Y respecto al frente ideológico (que nunca se ha de olvidar), que acoge las causas y la evolución de la violencia, ha de combatir la filosofía, el imaginario, la teoría base que apunta las aspiraciones de los violentos, lo que les motiva y justifica. Frente en el que en el que se producen modelos de actuación sobre los grupos armados y terroristas según las ideas fundamentales con las que explican lo que son, lo que quieren y lo que hacen. Frente en el que se ha de analizar asimismo las influencias habidas de Al Qaeda y del Estado Islámico, de sus adaptaciones particulares a las zonas en las que se ubican. Análisis en los que, de fondo, hay que tener presente siempre la participación de los musulmanes contrarios a la violencia (en especial de sus imames) para hacerles ver que están equivocados en su interpretación del islam, y, por ende, de la política seguida.

Conclusiones

Frentes todos, operativo, estructural e ideológico, el primero dedicado a la seguridad, el segundo al desarrollo, y el tercero al soporte de ambos, que, para su acción eficaz han de ser en todo complementarios, con una aplicación al mimo tiempo, completándose, pero teniendo en cuenta que la acción en el frente militar es la más inmediata ante la presión constante de la violencia, mientras que aquella en el frente estructural e ideológico son de más lentos resultados.

Asimismo, en esa línea de complementariedad, se ha de tener en cuenta que la inoperatividad en uno de los frentes puede conllevar el derrumbe de todo lo actuado, sobre todo con el abandono del frente militar; derrumbe, de lo que es un buen ejemplo reciente la retirada/huida de las fuerzas estadounidenses y aliadas de Afganistán.

Sabemos pues que la situación actual es compleja de analizar, no solo para Afganistán, y que es difícil de revertir ante un futuro, imprevisible para unos, previsible para otros futurólogos, no obstante, la realidad nos ha de empujar a reaccionar, sin teorizar en demasía, sin tanto debate de lo obvio, en un debate bien informado para tratar de ceñirnos cuanto antes a la resolución lo más correcta posible, fuera de intereses, del «AQUí DE QUÉ SE TRATA».

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